“Señor, mantennos a salvo…”

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Por Jim Stitzinger

“Señor, mantennos a salvo.”

La oración habitual tanto de creyentes como de no creyentes. Desde viajes por carretera hasta el frente de batalla, desde los niños que van a la escuela hasta aquellos que se arrodillan antes de los eventos deportivos, oramos por seguridad. Puede ser una frase hecha que decimos instintivamente y con todo el corazón.

Contemplar el «¿qué pasaría si?» desata olas de miedo, ansiedad y preocupación. Nuestra respuesta suele ser redoblar las súplicas a Dios para que nos mantenga a nosotros y a quienes amamos libres de daño.

¿Está mal orar por seguridad? No, después de todo, se nos instruye a echar nuestras ansiedades sobre Él, porque Él cuida de nosotros (1 Pedro 5:7). Tampoco está mal estar profundamente preocupado por la seguridad al trazar planes peligrosos o al lidiar con la naturaleza caída de nuestro mundo. Entonces, ¿por qué este artículo?

En pocas palabras, la seguridad no es nuestra máxima prioridad.

Dejen que esto cale hondo: no hay una sola oración por seguridad en el Nuevo Testamento. Ni una sola vez alguien o algún grupo se reúne para suplicar a Dios que mantenga «a salvo» a Juan el Bautista, a Priscila, a Pedro, a Lidia o a Pablo. Nada. Hay oraciones para ser librados del mal, pero nada que equivalga al deseo actual de evitar lo desagradable.

Sin duda, sus corazones estaban inundados de miedo, terror, pena y preocupación por sus circunstancias. Sintieron las implicaciones en tiempo real de vivir para Cristo en un mundo lleno de odio desenfrenado hacia Dios. Eran verdaderamente ovejas en medio de lobos. Si alguien tenía motivos para hacer de esa petición una parte prominente de la oración, era la iglesia perseguida. Sin embargo, no los encontramos orando para que Dios los evacuara a un lugar de comodidad, facilidad y ausencia de dificultades.

La única vez que encuentro a Pablo usando la palabra es en 2 Timoteo 4:18 y el contexto es Jesús llevándolo a salvo a través de las puertas de la muerte hasta el Cielo. El Señor me librará de toda obra mala y me traerá a salvo a su reino celestial. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Hay algunas oraciones de este tipo en el Antiguo Testamento (Ej: Salmo 4:8; Salmo 78:53; Isaías 38:14). Sin embargo, muy rara vez vemos que se le dé prioridad, incluso bajo persecución extrema. Pensemos en todo lo que sabemos de Daniel, Job, Ester, Rut, Jeremías, David y muchos otros. Con todas las emociones devastadoras que sobrellevaban, la abrumadora mayoría de sus oraciones se centran en algo distinto al bienestar personal.

¿Por qué cosas vemos orar a los creyentes?

  • Puertas abiertas para el evangelio – Colosenses 4:2-4
  • Estar alerta y con mente sobria – 1 Pedro 4:7
  • Firmeza – 2 Tesalonicenses 3:3
  • Santidad – 1 Tesalonicenses 3:13
  • Salvación – Romanos 10:1
  • Ser equipados para el servicio – Hebreos 13:20–21
  • Valentía – Efesios 6:19-20
  • Amor que discierne – Filipenses 1:9
  • Amor, poder, fe – Efesios 3:16 – 19
  • Sabiduría – Santiago 1:5
  • Protección contra el mal – Mateo 6:13
  • Justicia – 1 Pedro 3:10
  • Liberación de la persecución para proclamar el evangelio – Romanos 15:31
  • Un andar digno, deseos piadosos, fe poderosa – 2 Tesalonicenses 1:11-12

El argumento desde la negación no crea necesariamente un mandato. Sin embargo, la abrumadora mayoría de las oraciones modeladas en las Escrituras se preocupan mucho más por glorificar a Dios que por tranquilizarnos a nosotros mismos. Siguiendo este hilo, descubrimos cómo pedir a Dios el carácter necesario para soportar la persecución. Ciertamente la paz es deseable, pero la paz que Dios promete es la realidad de Cristo en nosotros (Efesios 2:14) y la certeza tranquilizadora que tenemos de que Él es absolutamente soberano sobre todas las cosas, obrando todo para bien (Romanos 8:28). La paz que Él promete no proviene de evitar la persecución, sino de Su presencia con nosotros en el valle de sombra de muerte (Salmo 23, Hebreos 13:5, 6).

Nuestras oraciones deben reflejar la prioridad de Dios. Jesús lo dijo de esta manera: Si me amáis, guardaréis mis mandamientos (Juan 14:15). El enfoque total de la vida de un cristiano está en glorificar a Dios a través de una obediencia gozosa y humilde a Cristo.

Dios está mucho más preocupado por nuestra santidad que por nuestra salud, por nuestro amor que por nuestra longevidad, por nuestro carácter más que por nuestra comodidad, por nuestra santificación que por nuestra seguridad. Ni siquiera Jesús durante su ministerio terrenal oró por su protección personal. Al enseñarnos a orar, Jesús dijo: …no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal (Mateo 6:13). Esa liberación no es del daño físico potencial, aunque puede incluirlo, sino del impacto del pecado devastador en nuestras vidas.

El mismo pensamiento se repite cuando Cristo oró: No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno (Juan 17:15). La protección por la que suplicamos es la certeza tranquilizadora de la que habla Pablo en 2 Tesalonicenses 3:3: Pero fiel es el Señor, que os afirmará y guardará del maligno.

Si la seguridad es nuestra máxima prioridad, la adoración se convierte en nuestra mayor negligencia. ¿Cómo podemos decir junto con Cristo Hágase tu voluntad (Mateo 6:10) si lo que realmente queremos decir es: «siempre y cuando no impida mi calidad o cantidad de vida»? Es difícil imaginar a los tres hebreos de pie ante el ídolo de Nabucodonosor, negándose a comprometer la gloria de Dios, si sus corazones hubieran estado siquiera ligeramente preocupados por su seguridad.

Nuestra preocupación por la seguridad atrofia nuestra obediencia a la Gran Comisión y nuestra disposición a sufrir por causa de la justicia. Cuando la autopreservación es nuestra primera prioridad, nos relacionamos con los no creyentes solo cuando el resultado potencial nos deja en una situación que encontramos cómoda. Ese enfoque nos convierte a todos en cobardes.

Si nuestras oraciones revelan nuestras prioridades, entonces elevemos nuestras oraciones por santidad, valentía, fidelidad, humildad y movamos nuestras oraciones por seguridad a un segundo plano. No está mal presentar eso ante Dios, simplemente no hagamos de la seguridad un ídolo.

Después de todo, Dios controla el día de nuestra muerte (Salmo 139:16, Job 14:5). Eso ya fue establecido hace mucho tiempo. Nada de lo que hagamos cambia esa fecha designada (Mateo 6:27). Así que vivan en la libertad de quien ya ha muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios (Colosenses 3:3). Oren para que usemos el tiempo que tengamos en la tierra para hacer la voluntad de nuestro Padre, mostrar Su bondad a este mundo incrédulo y llamar a todos los que encontremos a arrepentirse y creer en Cristo.

Studdard Kennedy sirvió como capellán durante la Primera Guerra Mundial. Desde el frente de batalla escribió esta poderosa declaración a su familia:

La primera oración que quiero que mi hijo aprenda a decir por mí no es «Dios, mantén a papá a salvo», sino «Dios, haz a papá valiente, y si tiene cosas difíciles que hacer, hazlo fuerte para hacerlas». La vida y la muerte no importan… lo correcto y lo incorrecto sí. Papá muerto sigue siendo papá, pero papá deshonrado ante Dios es algo terrible, demasiado malo para expresarlo con palabras. Supongo que te gustaría incluir un poco sobre la seguridad también, viejo amigo, y a mamá le gustaría. Bueno, ponlo, pero después, siempre después, porque en realidad no importa tanto.

Así que ora por seguridad, pero ponlo después.

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