Probando Los Espíritus

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Por Robb Brunansky

A lo largo de la historia, los impostores han engañado a menudo a los incautos haciéndose pasar por algo, o alguien, que no son para obtener una ventaja en este mundo. Creer a estos charlatanes tiene, a fin de cuentas, poca importancia. La gente puede parecer tonta si se la engaña, o puede perder dinero por cualquier motivo, pero creer a estos impostores no tiene consecuencias duraderas ni eternas.

Sin embargo, el mundo está lleno de impostores, estafadores y timadores, que no se limitan a fingir ser algo o alguien de importancia terrenal, sino que fingen ser agentes del cielo enviados por Dios, pero que en realidad proceden del diablo.

En 1 Juan 4:1-6, el apóstol Juan dirige su atención a abordar el problema de los impostores espirituales, llamándonos al discernimiento para que podamos ver si aquellos a quienes escuchamos proceden verdaderamente de Dios o si son del espíritu del anticristo.

Se nos da un mandamiento, expresado de dos maneras: que no debemos creer a todo espíritu, y que debemos probar los espíritus para ver si son de Dios – una expresión negativa y positiva. Podríamos enmarcar el mandato de esta manera: Dios nos ordena ejercer el discernimiento.

El discernimiento ha caído en tiempos difíciles. Por un lado, hay muchas personas que basan todos sus ministerios en el llamado discernimiento, pero sus ministerios son casi totalmente negativos. Cada uno de sus comentarios es sobre otro pastor u orador o teólogo que no cumple con sus estándares bíblicos y por qué estos individuos deben ser rechazados. Estas personas no están practicando el discernimiento; simplemente están condenando a todos los que no están de acuerdo con ellos en cada tema.

Hay una delgada línea entre el discernimiento y el cinismo. La persona que discierne somete todo lo que oye a una prueba bíblica, pero el cínico está constantemente buscando errores. El cínico es un cazador de herejías, que se desvive por encontrar a personas que están equivocadas sobre tal o cual doctrina. El cínico es quisquilloso con asuntos de menor importancia y los eleva a un lugar que no deberían ocupar, con la intención de condenar o criticar a otros mientras se enaltece a sí mismo y a su propio orgullo.

Cuando vemos este tipo de comportamiento cínico, la reacción natural es a menudo ir al extremo opuesto y decidir evitar el discernimiento por completo, que es una práctica común en la iglesia evangélica de hoy. Muchos de estos cristianos permiten ciega y voluntariamente que sus predicadores y maestros digan y hagan algunas de las cosas más extravagantes o que descarten la mayor parte de la Biblia como innecesaria, aceptándolos como fieles maestros de la Palabra de Dios y dándoles una plataforma elevada para publicar libros y hablar en conferencias. Esto sucede porque muy a menudo la iglesia, como ha dicho John MacArthur, pierde su voluntad de discernir.

El antídoto de Juan para ambos extremos es proponer una solución bíblica: no creer a todo espíritu, sino probar los espíritus para ver si vienen de Dios. No nos volvemos cínicos, pero también ejercemos una saludable dosis de cautela cuando alguien hace una afirmación de verdad. Tampoco levantamos las manos y decimos que el discernimiento no es para nosotros, o que el discernimiento es innecesario o mezquino, sino que probamos los espíritus para ver si vienen de Dios.

La palabra probar a veces se usaba para probar metales para ver si eran genuinos, y esa es la idea aquí. Probamos a los que dicen hablar en nombre de Dios para ver si ellos y su mensaje son genuinos. Queremos abrazar la verdad que Dios nos ha dado, y queremos rechazar a los que son impostores y vienen a nosotros con malas intenciones para engañarnos y atraparnos en el pecado y el error.

Juan nos da tres pruebas que debemos usar, o los criterios con los que medimos a cualquiera que afirme hablar por el Espíritu de Dios. La primera es si confiesan al verdadero Cristo.

El punto de partida para evaluar si alguien está hablando según el Espíritu de Dios es su visión de Jesucristo – porque el Espíritu fue enviado para dar a conocer a Cristo y glorificar a Cristo. No hace ninguna diferencia cuantas cosas alguien hace bien si ellos hacen mal a Cristo. La gente puede tener los mismos principios morales generales, la misma ética general, los mismos puntos de vista políticos, etcétera; pero si no entienden la verdad acerca de Cristo, no hablan del Espíritu de Dios – y son del mundo.

Obsérvese que Juan utiliza la palabra confiesa, que tiene más peso que el simple hecho de estar de acuerdo intelectualmente con un hecho. Hay un sentido en el que este término indica una lealtad a Jesucristo, una confianza en Jesucristo, un acuerdo no sólo de que Él vino en la carne sino de por qué vino en la carne, y la necesidad de Su venida en la carne. Cuando confesamos que Jesús fue el Mesías en carne humana, lo que estamos confesando es que somos pecadores, que necesitamos redención, y que Dios proveyó esa redención a través de la sangre de Su Hijo en la cruz.

El segundo criterio para medir a los que dicen hablar por el Espíritu de Dios es si vencen al mundo.

Todos aquellos que están en Cristo, que tienen el Espíritu de Dios, que han nacido de Dios – ellos también vencen las mentiras del diablo, los engaños del mundo y la doctrina desviada de los falsos maestros. Los verdaderos cristianos vencen al mundo y sus mentiras porque Dios mora en ellos. Una marca innegable de ser de Dios es vencer al mundo, es decir, rechazar las mentiras del mundo y sus doctrinas demoníacas y caminos impíos.

Pero cuando los predicadores y maestros y profetas autoproclamados hablan de una manera que el mundo encuentra aceptable o incluso atractiva, debemos usar el discernimiento y reconocer que esos individuos no son del Espíritu de Dios. Son del mundo, y por eso el mundo corre tras ellos, los escucha, los aplaude y los invita a posiciones elevadas de prominencia religiosa.

El tercer criterio para medir a los que dicen hablar por el Espíritu de Dios es si se ajustan a la Palabra. ¿Es la Palabra de Dios central a su ministerio y su mensaje? Si se le quitara la Biblia a cualquier predicador fiel del evangelio o a cualquier representante fiel de Cristo, no tendría nada que decir. Pero hay miles de predicadores hoy que usan la Biblia tan poco en su predicación que si les quitaran sus Biblias, la mayoría de la gente ni siquiera lo notaría. Si no tenemos la Biblia, no tenemos cristianismo. La Biblia es el testimonio autoritativo, inspirado y apostólico de Cristo en el Nuevo Testamento, al tiempo que despliega las promesas cumplidas del Antiguo Testamento que dan forma y definen el cristianismo.

Si diluimos, minimizamos, descuidamos, o si nos avergonzamos de la Biblia por lo que el mundo piensa de la Biblia, entonces somos del mundo, no de Dios. Sin embargo, habrá ocasiones en que los cristianos sinceros se equivoquen en las Escrituras. Pero cuando nos equivocamos, debemos admitir que nuestros puntos de vista equivocados no vinieron del Espíritu de Dios. La diferencia entre la persona que es de Dios y la persona que no es de Dios es que la persona de Dios busca llevar todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo. El quiere conformarse a la Escritura, y cuando se le muestra donde no se conforma a la Escritura, humildemente se arrepiente y cambia su punto de vista para alinearse con la Palabra de Dios.

Es más importante que nunca probar los espíritus para ejercitar el discernimiento. Aquellos que confiesan al verdadero Cristo, conquistan el mundo, y se conforman a la Palabra de Dios son de Dios, pero aquellos cuyas vidas no están marcadas por este patrón no son de Dios. Por esto conocemos el espíritu de la verdad y el espíritu del error. Oro para que nuestras iglesias ejerciten el discernimiento, de modo que podamos conocer y experimentar la realidad de que el Espíritu mora en nosotros.

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