El Hombre de Dios: Fiel y Combativo
El Hombre de Dios: Fiel y Combativo
John MacArthur
«Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos». —1 Timoteo 6:12
Es esencial decir que el hombre de Dios es un luchador. En el sentido más fuerte del término, es un contendiente, un guerrero y un soldado. Pablo habla con ese tipo de lenguaje en 2 Timoteo 2:3: «Sufre penalidades conmigo, como buen soldado de Cristo Jesús».
El Hombre de Dios es Conocido por Aquello por lo que Lucha
Estás combatiendo contra el mundo, la carne y el diablo —el pecado en nosotros y el pecado a nuestro alrededor—, combatiendo contra el error y las corrupciones del evangelio. En 1 Corintios 16:8–9, Pablo decide quedarse en Éfeso sabiendo que «hay muchos adversarios». Es una batalla; nunca será otra cosa que una batalla.
Vamos a la batalla con la armadura de un soldado y luchamos, agōnizomai, imperativo presente. Seguimos luchando, de nuevo en tiempo presente, agōnizomai. La palabra «agonía» proviene de esa palabra. Es una lucha constante y agónica. Siempre, siempre batallando; la batalla nunca mengua. Requiere convicción: requiere disciplina. Tienes que ser como un atleta que corre para ganar, como un boxeador que no golpea al aire, sino que golpea a su oponente (1 Corintios 9).
Estamos literalmente peleando la buena batalla. El verbo y el sustantivo están relacionados. Estamos agōnizomai el agōn. Estamos agonizando a través de la agonía, el conflicto espiritual. Estamos defendiendo la verdad, que es constantemente atacada.
Escuchen las palabras de Judas que dice: «[Deben] contender ardientemente por la fe» —ese es el contenido de la verdad bíblica— «que ha sido una vez para siempre entregada a los santos. Porque ciertas personas se han infiltrado encubiertamente, los que desde mucho antes estaban marcados para esta condenación, personas impías que convierten la gracia de nuestro Dios en libertinaje y niegan a nuestro único Soberano y Señor, Jesucristo» (Judas 3).
Tienes que luchar por la fe; es una batalla. Para ello, 1 Corintios 16:13 dice: «Estad firmes en la fe, portaos varonilmente, sed fuertes». Estamos asaltando las fortalezas del error. Es intenso y nunca se detiene. Pero estamos luchando por la fe. Ese es un término objetivo. Estamos luchando por la fe cristiana en la causa más noble del mundo: la verdad de Dios.
Si has estado en Grace Church por algún tiempo, sabes que hemos estado inmersos en esa lucha. Cada vez que algún error doctrinal comienza a moverse en la vida de la iglesia, lo abordamos desde la Palabra de Dios. Cada libro que he escrito fue escrito para defender la fe. Quería que el pueblo cristiano conociera la verdad. Y así, primero, fue El Evangelio según Jesucristo, y luego El Evangelio según los Apóstoles, luego El Evangelio según Pablo, y El Evangelio según Dios, siempre defendiendo el verdadero evangelio contra los falsos evangelios. Avergonzado del Evangelio, El Jesús Que No Puedes Ignorar —libro tras libro tras libro— La Guerra de la Verdad, Los Carismáticos, Fuego Extraño. Luchamos constantemente por la fe.
Así es la vida en el ministerio. ¿Y qué la impulsa? Pablo dice: «echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, y de la que hiciste la buena confesión en presencia de muchos testigos» (1 Ti 6:12). Hubo un día en que Timoteo hizo una profesión de fe en Cristo, y confesó a Jesús como Señor, y fue ante muchos testigos. Y luego hubo un momento en que fue llamado al ministerio ante los ancianos que le impusieron las manos, y profesó no solo a Jesús como Señor, sino a Jesús como su Señor y a sí mismo como el siervo de Cristo para predicar la verdad. Y así, Pablo le recuerda: «Timoteo, hiciste esta buena confesión para ser el siervo del Señor, para ser el esclavo de tu Maestro, para serle fiel. Ahora aférrate a la vida eterna a la que fuiste llamado».
He aquí la realidad que nos distingue: el hombre de Dios está ligado a las cosas eternas. Ahí es donde está nuestro enfoque. Nuestra batalla es con las cosas que tienen un impacto eterno. El hombre de Dios se eleva por encima de las pequeñas luchas de la política. El hombre de Dios se eleva por encima de las cosas lastimosas, perecederas e inútiles, y lucha por lo que es eterno. Y lo que es eterno es la verdad divina, y las almas de los hombres y las mujeres. El hombre de Dios lucha por las causas del cielo contra la amenaza del infierno. Esa es la perspectiva que necesitas para vivir como un hombre que agrada a Dios.
Aférrate a las cosas eternas a las que fuiste llamado. No puedes dejarte atrapar por nada menos. Puede que solo prediques una o dos veces por semana, pero ¿qué haces el resto del tiempo? Estás librando esa misma batalla en otro nivel. La estás librando en discusiones personales con personas que luchan con la verdad, o escribiendo un libro, desarrollando un programa de radio o televisión, o yendo a una conferencia donde puedes hablar públicamente de temas como estos. Tu vida entera es una lucha: es una batalla por la verdad.
Es una batalla tan emocionante que nunca me canso. Si no me miro en el espejo, no sé cuántos años tengo. Tengo la misma cantidad de energía que siempre he tenido, y la lucha es tan emocionante para mí como siempre lo ha sido, porque he leído el final y sé quién gana. La victoria ya está asegurada. Solo quiero marchar en el triunfo con mi Señor.
El Hombre de Dios es Conocido por Aquello a lo que es Fiel
«Te encargo delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que dio testimonio de la buena confesión delante de Poncio Pilato, que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo». —1 Timoteo 6:13–14
¿Y cuál fue su confesión ante Pilato? «Mi reino no es de este mundo». Pablo les encarga hacer lo mismo guardando el mandamiento, tēn entolēn, sin mancha ni reproche, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué es «el mandamiento»? Se refiere simplemente a la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es el mandamiento divino. Es como decir: «Según la ley». Es la revelación completa de Dios. Pablo encarga al hombre de Dios que la guarde sin mancha ni mácula.
El hombre de Dios se distingue porque es fiel ante Dios, el Creador y Sustentador de toda vida, en cuya presencia sirve. Es fiel ante Cristo Jesús, su Señor y Maestro, quien testificó su confesión de fidelidad al reino celestial ante Pilato. Es fiel a ese reino celestial que pertenece a Dios y al Señor Jesucristo; y guardará la verdad sin mancha y sin mácula. Por eso dice en 1 Timoteo 3:1 y Tito 1 que su vida tiene que ser irreprochable. Es una obligación asombrosa. Será fiel a la proclamación precisa de la verdad divina. Será fiel, sin mancha, sin reproche, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo.
¿Por cuánto tiempo haces esto? ¿Cuánto tiempo se supone que debemos ser fieles? Hasta que Jesús venga. Hasta la epiphaneia, la resplandeciente aparición de Jesucristo. Él viene, y cuando venga, «En el momento oportuno: Aquel que es el bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes y Señor de señores, el único que posee inmortalidad y habita en luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver», refiriéndose a Dios. «¡A Él sea el honor y el dominio eterno! Amén» (1 Ti 6:16).
La vida de un ministro fiel tiene al final una doxología. Así es como debe terminar. Qué alabanza tan asombrosa para un llamado tan alto cuando se ofrece a Dios como un sacrificio aceptable. Porque el hombre de Dios está huyendo, siguiendo, luchando y siendo fiel, el final de su vida es una doxología. El final de su vida culminará en alabanza a Dios.
Hay otra posibilidad. En 1 Reyes 13, hay una historia sobre un hombre de Dios que fue desobediente:
« 21 y él le gritó al hombre de Dios que vino de Judá: «Así dice el Señor: “Porque has desobedecido el mandato del Señor, y no has guardado el mandamiento que el Señor tu Dios te ha ordenado, 22 sino que has vuelto y has comido pan y bebido agua en el lugar del cual Él te dijo: ‘No comerás pan ni beberás agua’, tu cadáver no entrará en el sepulcro de tus padres”». 23 Y después de haber comido pan y de haber bebido agua, aparejó el asno para él, para el profeta que había hecho volver. 24 Y cuando este se fue, un león lo encontró en el camino y lo mató, y su cadáver quedó tirado en el camino y el asno estaba junto a él; también el león estaba junto al cadáver. 25 Entonces pasaron unos hombres y vieron el cadáver tirado en el camino y el león que estaba junto al cadáver; y fueron y lo dijeron en la ciudad donde vivía el anciano profeta.
26 Cuando el profeta que le había hecho volver del camino lo oyó, dijo: «Es el hombre de Dios, que desobedeció el mandato del Señor; por tanto el Señor lo ha entregado al león que lo ha desgarrado y matado, conforme a la palabra que el Señor le había hablado». —1 Re 13:21–26
Es una imagen triste, ¿no es así? Una instantánea de un hombre de Dios que termina trágicamente. Preferiría terminar con una doxología que ser la foto de un cadáver.
He tenido en mi escritorio una pequeña y maravillosa declaración que empecé a leer cuando era muy joven. Esto es lo que alguien sugiere para los pastores.
«Arrojenlo a su oficina. Arranquen el letrero de la oficina de la puerta y claven el letrero: ‘¡Estudia!’. Sáquenlo de la lista de correo. Enciérrenlo con sus libros y su Biblia. Pónganlo de rodillas a la fuerza ante la Escritura, y los corazones quebrantados, y las vidas de un rebaño superficial, y un Dios Santo. Oblíguenlo a ser el único hombre que sabe acerca de Dios. Láncenlo al ring para boxear con Dios hasta que aprenda cuán cortos son sus brazos. Oblíguenlo a luchar con Dios toda la noche. Que salga solo cuando esté magullado y golpeado hasta convertirse en una bendición. Ciérrenle la boca para siempre de soltar comentarios, y detengan su lengua para siempre de tropezar ligeramente sobre todo lo no esencial. Exíjanle que tenga algo que decir antes de que se atreva a romper el silencio.
Doblen sus rodillas en el valle solitario. Quemen sus ojos con el estudio fatigoso. Destrocen su equilibrio emocional con la preocupación por Dios. Háganlo cambiar su postura piadosa por un caminar humilde con Dios y con el hombre. Cuando por fin se atreva a subir al púlpito, pregúntenle si tiene una palabra de Dios. Si no la tiene, despídanlo. Díganle que ustedes mismos pueden leer el periódico de la mañana. Pueden digerir el comentario de la televisión y reflexionar sobre los problemas superficiales del día. Pueden manejar los tediosos asuntos de la comunidad y bendecir las sórdidas papas al horno y los ejotes ad infinitum mejor que él. Ordénenle que no vuelva hasta que haya leído y releído, escrito y reescrito, hasta que pueda ponerse de pie, advertido y desolado, y decir: ‘Así dice el Señor’.
Rómpanlo sobre la tabla de su popularidad mal habida. Golpéenlo fuerte con su propio prestigio. Acorrálenlo con preguntas sobre Dios, cúbranlo con demandas de sabiduría celestial, y no le den escapatoria hasta que esté contra la pared de la Palabra. Y siéntense ante él y escuchen la única palabra que le queda: la Palabra de Dios.
Que sea totalmente ignorante de los chismes de la calle, pero denle un capítulo y ordénenle que camine en él, que acampe en él, que cene con él, y que finalmente llegue a decirlo al derecho y al revés, hasta que todo lo que diga sobre él resuene con la verdad de la eternidad. Y cuando haya terminado, consumido por la Palabra llameante, cuando sea consumido al fin por la gracia ardiente que resplandece a través de él, y cuando tenga el privilegio de traducir la verdad de Dios a los hombres y finalmente sea transferido de la tierra al cielo, entonces llévenlo con delicadeza, y toquen una trompeta con sordina, y acuéstelo suavemente, coloquen una espada de dos filos sobre su ataúd, y entonen la melodía triunfante. Porque fue un valiente soldado de la Palabra. Y antes de morir, se había convertido en un hombre de Dios.»5
Ese es el hombre que deseamos ser. Ese es el hombre que Dios bendice.
[5] Doud Shafer, Floyd. “And Preach as You Go.” Christianity Today, 27 de marzo de 1961.
Un extracto de The Man of God: The Essential Pursuits of a Godly Servant por John MacArthur (Grace Books, 2019), 34–45. Lea el libro electrónico completo en línea.
John MacArthur fue rector de The Master’s University and Seminary, autor, conferencista, pastor-maestro de Grace Community Church en Sun Valley, California, y maestro principal del ministerio de medios Grace to You.