Día: 28 junio 2018

Contemplando la Maravilla del Padre Bendito

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ESJ-2018 0628-002

Contemplando La Maravilla del Padre Bendito

Por Bruce A. Ware

INTRODUCCIÓN

La fe cristiana afirma que hay un solo Dios, que existe eternamente y se expresa plenamente en tres Personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cada miembro de la Deidad es igualmente Dios, cada uno es eternamente Dios, y cada uno es completamente Dios, no tres dioses sino tres Personas de la única Deidad. Cada persona es igual en esencia ya que cada uno posee plenamente la misma naturaleza idéntica, eterna y divina, pero cada uno es también una expresión personal eterna e inconfundible de la única naturaleza divina indivisa.

El Padre, entonces, es completamente Dios. Él no es un Dios tercero sino completamente Dios. Sin embargo, no es sólo el Padre quien es completamente Dios, sino que él existe eternamente junto con el Hijo y el Espíritu, cada uno de los cuales también posee plenamente la misma naturaleza divina idéntica. Debido a esto, lo que distingue al Padre del Hijo y el Espíritu no es la naturaleza divina del Padre. Esta -la naturaleza divina única e indivisa- también es poseída igualmente y completamente por el Hijo y el Espíritu. Por lo tanto, lo que distingue al Padre es su papel particular como Padre en relación con el Hijo y el Espíritu y las relaciones que tiene con cada uno de ellos. A la luz de la igualdad de esencia pero la diferenciación de rol y relación que el Padre tiene con el Hijo y el Espíritu, ¿cómo podemos entender más claramente la peculiaridad del Padre en relación con el Hijo y el Espíritu? Pasamos a este capítulo, entonces, para explorar esta cuestión y, a través de esta exploración, maravillarnos más con la maravilla de que es Dios el Padre. Leer el resto de esta entrada »

¿Puedo Confiar En Dios Con El Sufrimiento De Mi Hijo?

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ESJ-2018 0628-001

¿Puedo Confiar En Dios Con El Sufrimiento De Mi Hijo?

Por Glenna Marshall

Él estaba comiendo un waffle. Sentado en la mesa del café frente a mí, con todos los brazos y piernas larguiruchos, comiendo un waffle que había cubierto con jarabe de arce. Acaba de cumplir diez años, y estoy cada vez más consciente de los escasos tres centímetros entre nuestras alturas. Tomé mi ensalada, tratando de decidir si una taza de café podría calmar los latidos de mis sienes. La cafeína no me mantendría despierta por la noche más que el torbellino de información médica que acababa de absorber. Escuché la charla animada de mi hijo sobre las vacaciones de verano y el baloncesto, y luego se detuvo y me miró a los ojos y dijo: «Mamá, no quiero hacer esto.» Parpadeé fuerte y rápido, no queriendo que él viera mis lágrimas. No quería que él tuviera que hacerlo tampoco. Leer el resto de esta entrada »