Un Niño Redentor

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Por John MacArthur

Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. (Gálatas 4:4-5)

En el último post, vimos que Jesús nació para convertir a los esclavos en hijos. Y para ello, Jesús tuvo que «redimirnos». Esa hermosa palabra significa «recomprar». Tiene el concepto de ir a un mercado de esclavos para comprar un esclavo y luego convertirlo en hijo o hija.

Para lograr esta redención, Jesús «nació de una mujer». Esto indica Su humanidad. Tuvo un nacimiento humano. Nació de una mujer, como han nacido todos los demás hombres de la historia. Pero como ya hemos visto, Él no era sólo un hombre.

Para salvarnos, tuvo que ser tanto hombre como Dios. Sólo Dios puede vencer el pecado, la muerte y el infierno. Sólo Dios podía dar un sacrificio de valor infinito y cargar con nuestros pecados en su propio cuerpo. Y sólo el hombre puede sustituir al hombre y morir la muerte del hombre.

Entonces Pablo dice que Él no sólo nació de una mujer, sino que nació bajo la ley. Esa es una declaración maravillosa. Como cualquier otro hombre, Él era responsable ante la ley de Dios. Nació bajo ella, nació con la responsabilidad de obedecerla. Pero como ningún otro hombre, Él la obedeció perfectamente. No conoció el pecado. Eso es tremendamente importante.

El sacrificio para sustituir al hombre tenía que ser un sacrificio perfecto. Tenía que ser un cordero sin mancha y sin defecto. De lo contrario, habría tenido que morir por sus propios pecados y no podría haber muerto por los nuestros. Pero como era Dios y hombre a la vez, y como era perfecto, era apto para redimir a los que estaban «bajo la ley», haciéndonos hijos.

Gracias a Jesús, el estatus del creyente ha cambiado. Ya no estamos en esclavitud a la ley o a la carne. Ya no tenemos que apretar los dientes, tratando de cumplir. Ahora, por decreto del Padre, a través de la provisión de Cristo, entramos en la libertad de ser herederos.

La ley sólo podía aplastarnos. No podíamos cumplirla. Nunca podríamos ganar nuestra salvación por las obras de la ley. Aunque estábamos destinados a ser hijos, vivíamos como esclavos. Pero entonces vino Jesús y compró nuestra salvación, y esto nos saca de la infancia de la esclavitud a la madurez de la filiación. Y esto se confirma en nuestra experiencia vivida a través del Espíritu:

Porque sois hijos, Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba! Padre!» (Gálatas 4:6)

Dios envió a Jesucristo para que tuviéramos la condición de hijos. Y Dios envió al Espíritu Santo para que tuviéramos la experiencia de la filiación. Una cosa es que Dios diga que soy hijo; otra cosa es que yo diga: «Sí, y sé que soy hijo».

Cuando el Espíritu entra en mi corazón, me hace gritar: «¡Abba, Padre – papá, papá!». El Espíritu me devuelve a la intimidad con Dios, y experimento esa filiación. Mi propio corazón clama: «Dios, tú eres mi Padre».

Como he dicho antes, esto es el paraíso recuperado. Somos herederos de nuevo. Todas las cosas son nuestras por medio de Cristo, porque todas las cosas son de Cristo y somos coherederos con Él. Lo que perdimos en la caída es restaurado en la redención proporcionada por el niño nacido en Belén. Hemos recuperado nuestra herencia, una herencia inmaculada e inmarcesible, reservada en el cielo para nosotros (1 Pedro 1:4).


Este post está basado en un sermón que el Dr. MacArthur predicó en 1990, titulado «Un Hijo Para Hacer Hijos«.

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